UNA META SOÑADA

Conforme con el propósito inicial, el trabajo ha sido planteado en la exploración de sentido que entrañan los lenguajes humanos. Pretendemos acercarnos a un entendimiento de la esencia que nos constituye y del destino sagrado que nos merecemos. Conocemos las limitaciones pero nuestra apetencia por desentrañar el misterio traspasa el horizonte. Es un lento y sinuoso recorrido por el que vamos descartando instancias en la medida en que las atravesamos. Una vez conocidas, las trascendemos.
Accedemos a un nuevo escalón tan solo después de haber comprendido que el anterior fue insuficiente, que nos dejó incompletos. Pero hasta tanto se nos hace presente su insuficiencia, ponemos en ese estado toda nuestra avidez, el deseo más voraz, el sueño más exquisito. Esta búsqueda nos funde en puro anhelo. Es la ruta del deseo de posesión de lo buscado. Partimos de la carencia desde el primer hálito de vida, y siempre aspiramos a lo que aún no hemos conseguido…
Intentaremos explicar nuestro recorrido a la luz de los conceptos clásicos, nacidos de la mitología griega.

a.- Eros y Ágape:

Eros es el guía que orienta la primera etapa. Es travieso y gentil, nos convoca y esquiva, enciende nuestra ansia y excita nuestros sentidos. Pero no es suficiente, pues no abarca la totalidad de la búsqueda…
En mi historia personal, no siempre me alcanzó la seducción de Eros. Como testimonio de este proceso volqué en estos versos mi anhelo de lo insondable.

Llora mi piel por Tu ternura
Mis ojos escrutan desde cada poro
mi alma gime en añoranza
el vacío asombroso que dejó Tu Espíritu
La emoción lava abrasadora
contenida en el cráter de mi esencia
bulle sentida y sola
la tristeza voraz
de su inocencia
Desde que nací Te amo
y desde allí siento
que Tu Amor me esquiva
Mi fuerza reemplazó con fe la vida
mi amor creó su entorno en fantasía
mi boca pidió poco
no creyó que podía merecer
el agua que fluía
Mi energía se donó en entrega
Hoy pido para mí
para gozar la vida.

Enero 1991

Este ardoroso afán de encuentros y despedidas, provocados por el dios del amor, nos envuelve -sin que podamos pensar en algo distinto-, durante largos años. La pasión erótica nos desplaza de la fantasía a una realidad incierta y frustrante. El otro/a se queda a mitad de sendero de nuestra ensoñación de amor. O se va, de pronto, sin aviso. O se nos muere ese amor, el que parecía colmarnos.
Con frecuencia demandamos idilios glamorosos, buscamos como amantes ávidos de ser complacidos, pedimos amores que se sostengan aún sin hacer nada para ser amados…

¿Qué es lo que pretendemos?

Ese amor que reclama, que intima, que exige ser amado, ¿es amor? Creemos que esa pasión es un fuego que consume, que agota y desgasta, que nos hace vivir en el infierno devorados por el ansia insatisfecha de todo lo que invertimos en ella. ¿Este amor es suficiente? Este ardor y vehemencia son propios de una etapa inicial en nuestro aprendizaje del amor.
Durante años llamamos amor a esa búsqueda de completud en el otro, al hambre que se eleva desde el fondo de nuestra carencia, desde esa idealización que surge sólo en nuestra fantasía y que al querer vivirla en la realidad se disuelve, se vuelve efímera, fluida y desaparece.
Con un amor adolescente es imposible disfrutar del amor verdadero. Sin embargo, esos momentos de arrobo, de éxtasis, de encuentro, de enamoramiento ¡son tan valorados por todos nosotros! que nos resistimos a madurar. Podemos seguir indagando.
También existe el amor filial y fraterno, pero con ese tipo de amor no suele haber confusiones, lo conocemos y lo compartimos.
En el terreno amoroso y sentimental ha pasado el tiempo y, sin embargo, repetimos lo mismo una y mil veces, y nos tapamos los oídos —como niños- para no escuchar las voces que nos alertan. El sueño del amor romántico aún nos impulsa.

Ése es el único amor que ansiamos.

El par polar Eros y Tanathos, es la expresión de los afectos de la dualidad humana: construir y destruir. Se necesitan dos para hacer el amor -eso creemos- y con ello se demuestra que son dos las voluntades que comparten el encuentro. Por momentos la magia consigue que se unifiquen y se alcanza ese instante de gloria, el orgasmo. Se suele denominar al orgasmo la pequeña muerte, donde se muere a la individualidad para alcanzar la unidad en la fusión. Y también, porque es un instante. Todo lo que va en una dirección -reza un principio hermético-, vuelve al lugar opuesto.

Dice Lucrecio:

De la fuente misma del placer, surge no se qué amargura que hasta en medio de las flores anuda la garganta del amante.

André Comte-Sponville:

Benéfico es el placer cuando es puro, cuando el amor es verdadero. Pero prueba algo contra la fusión, que el placer recusa en el mismo instante en que parecía lograrla… Es que ha sido devuelto a sí mismo, a su soledad, a su banalidad, al gran vacío del deseo desvanecido. (…) Querían ser uno y allí están, más dos que nunca.

¿Qué nos deja ese momento de plenitud?
La noción de vacío, de separatividad, de regreso a sí mismo y la posibilidad de recrear en la fantasía ese dichoso momento compartido, que ya no está. Entramos en la ensoñación, la nostalgia, la melancolía.
¿Cuántas veces se logra esa unificación con una pareja?
Sin embargo, gran cantidad de veces se finge y se miente con tal de no defraudar la fantasía que tenemos del amor, o con el fin de negar una actuación vacía de encuentro.

El otro polo del placer es el dolor. Durante los años de búsqueda del placer hemos ido acumulando momentos profundamente dolorosos que tienen mayor vigencia.

Ese amor físico y pasional que impregna a la juventud, ha sido sobrevalorado por nuestra cultura porque no comprendió los principios en los que se respalda. Se cree que es necesario hacer el amor -tener sexo genital-, hasta la ancianidad. Quien no responda a ese mandato es porque se entregó a la represión y dejó que triunfara el Superyó. Cuántas personas incurren en semejante prejuicio y viven su sexualidad con sentimiento de fracaso y culpa.

En una época pasada se demonizó a la sexualidad genital y, en la nuestra, se la identificó con la salud, en medio de una promesa de felicidad plena.

Ni lo uno ni lo otro. Hay personas que tienen una intensa vida genital y entonces es lógico que deseen satisfacerla y corresponde que lo hagan. No obstante, hay muchas otras personas -en la cercanía de los sesenta años- que habiendo disfrutado de la genitalidad en su vida, pueden sentir la imperiosa necesidad de trascender ese plano de encuentro de la pareja. No hay renuncia, hay una unidad amorosa que no reclama otra satisfacción. No hay reclamo porque se conoce el gozo de la entrega sin dejar de amar y sin perder el interés que une a los cónyuges. También se experimenta cuando no existe una pareja exterior. Ese es el momento de las Bodas Místicas, de la realización de la Pareja Interior (Anima-Animus) y se refiere a otra instancia de la espiritualidad.

En estos casos, no desaparece el Amor, sino que entonces vive de otra forma. El ansia amorosa se eleva, se amplía y tiene un nuevo lenguaje. Se sigue inflamando, cada vez con mayor intensidad y puede llegar a convertirse en la conocida locura divina, de la que Teresa de Avila y Juan de la Cruz tuvieron mucho que decir. Y esta expresión del Amor no deja de lado al cuerpo, no, por el contrario, lo transforma en un receptáculo sagrado, en un templo del espíritu que resuena en niveles cada vez más sutiles.

Cuando ocurre esa magnificencia amorosa, de forma súbita sucede una conversión espiritual y se adquiere una paz desconocida hasta entonces. Sólo quienes están abiertos a la experiencia pueden vivirla. Muchos se consideran incapaces de semejante vivencia y por lo tanto no se la permiten.

Y esa es la única traba verdadera, no habilitarse.

En el Evangelio hay una frase que dice: El único pecado que no se perdona es blasfemar contra el Espíritu Santo. Si nos excluimos y damos por supuesto que no somos merecedores del perdón divino, nos denigramos en una actitud soberbia, en lugar de clamar a Dios por su Gracia sanadora.

Somos nosotros —templos del Espíritu— quienes nos condenamos a padecer, o nos elegimos para gozar de la vida espiritual al alimentar nuestra chispa divina.

Podemos ahora entender hacia dónde apuntaba esa ansia de amor romántico, insatisfecho la mayor parte de nuestra existencia, pero que sigue vivo en algún rincón de nuestro ser. Ese algo nos indicaba la presencia de otra calidad de Amor.

El Ágape, el que se comparte y entrega, que se nos ofrece en el Banquete de Platón, se vivencia desde la mayor individualidad que podamos reflejar, y nos va mostrando el verdadero sentido de nuestra existencia.

No es el amor, en cualquiera de sus etapas, el que está equivocado. Equivocamos el lugar donde buscarlo o tal vez encontrarlo. Nunca estuvo fuera de nosotros, jamás. Allí en el lugar más íntimo de nuestro interior se encuentra el Amor Verdadero. Es esquivo y fluctuante. Se anuncia y desaparece. Es elusivo y totalizador al mismo tiempo. Pero aunque sólo tengamos un chispazo de su Presencia, comprendemos que es Eso lo que inflama nuestro deseo más vital. En ese estado -que al experimentarlo lo llamé mi llaga gozosa-, se unen los opuestos. Nada está separado. Todo es Uno.

Ese Amor no se nos hace visible hasta que aprendemos a integrarnos con todo lo que somos, y respetarnos, aún así con defectos y virtudes, como seres sagrados.

Es éste el Proceso de Individuación 1, en el que nos percibimos como personas en tránsito por este mundo para aprender las lecciones que no conocíamos, para superar los límites que traíamos y para entregar a la Humanidad nuestros dones, y dejar en el mundo nuestro aporte.
Entonces nos amamos con nuestras ambivalencias, tanto la Luz como la Sombra nos corresponden, son la materia prima que podemos utilizar para realizar un trabajo de autotransformación. La aceptación de nuestra dualidad nos pone en contacto con el trabajo del alma, nos hace posible la comprensión de la conducta humana y nos llena de compasión.

Jung nos refiere:

La angustiosa realidad es que la vida cotidiana del ser humano se halla atrapada en un complejo inexorable de opuestos -día y noche, nacimiento y muerte, felicidad y desdicha, bien y mal-. Ni siquiera estamos seguros de que uno de ellos pueda subsistir sin el otro, de que el bien pueda superar al mal o la alegría derrotar al sufrimiento. La vida es un continuo campo de batalla. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Si no fuera así nuestra existencia llegaría a su fin.

Cuando nos unificamos y abrazamos, cuando nos perdonamos y comprendemos, entonces… ampliamos nuestro horizonte cada vez más hasta incluir a la Humanidad en nuestro corazón. Además, nos entregamos nosotros mismos en cada acto. Esa entrega es nuestro don, es el que ofrece a otros lo que aprendió paso a paso, sin pregonarlo. Pero es también, nuestra obligación sagrada con el género humano: devolver a los demás lo que hemos recibido.

b.- De Hijo de hombre a Hijo de Dios:

En la Sabiduría Perenne, el proceso enunciado en el punto anterior es nombrado como el Viaje del Héroe, que recorre su evolución física, emocional, intelectual y espiritual hasta que surge en su interior el llamado a la Trascendencia.

Alice Bailey, en Los Trabajos de Hércules -según le dictara el Maestro Tibetano-, nos dice:

El oráculo ha hablado y a lo largo de los siglos ha hecho resonar la palabra: “Hombre, conócete a ti mismo”. Este conocimiento es la conclusión del Sendero del Discipulado y la recompensa de todo el trabajo de Hércules.

El recorrido de Hércules es símbolo del recorrido que cada hombre y cada mujer ha de afrontar hasta alcanzar el verdadero destino humano. Realizado por años de manera inconsciente, como hijo de hombre, se va manifestando a la conciencia a través de los dolores, las encrucijadas, las pérdidas, los fracasos y los hallazgos. Toda vivencia amplía nuestra comprensión de la vida y nos invita a encarar el tramo final.

Ese último tramo es

la aceptación de lo que es, la aceptación del esfuerzo que nos exige la Vida, hasta que aprendemos a aceptar lo inaceptable

Esa actitud de plena consciencia viviente, nos transforma en testigos y co-creadores de la realidad. Nos convierte en Hijos de Dios.

c.- Hacia la Unidad:

En nuestra aproximación a la esencia de la vida, a la tan ansiada felicidad, al encuentro profundo con el Misterio, debimos hacernos cargo de nuestra dualidad constitutiva que padecemos externa e internamente.

La aceptación de nuestro tránsito sufriente está representada por el Camino de la Cruz. Ese hacer huella en el Sendero es respuesta a un llamado que nos convoca desde lo eterno, que nos excede y es inexplicable.

En la actitud de estar dispuesto siempre a ir más allá… el prójimo es mi compañero -el que comparte mi pan-. Primero lo confronto, después lo expulso, luego lo comprendo, para concluir abrazándolo en mi corazón. El otro es mi adversario, mi complemento, mi amigo, mi espejo y también mi consuelo. Sin un otro no es concebible la existencia.

Aún aquellas personas que viven en extrema soledad dan cuenta de las presencias que pueblan su imaginario. Se vinculan en la fantasía tanto con sus perseguidores como con quienes los rescatan.

Una vez que aceptamos el drama de la dualidad humana y encarnamos los acontecimientos vitales compartidos, nos hermanamos por el dolor, el misterio y la muerte física con toda la Humanidad. Nos percibimos semejantes a todos. Nos igualamos en los sueños, en los anhelos, nos encontramos unidos en esa soledad a la que somos arrojados inexorablemente desde los comienzos de la existencia.

Si verdaderamente hemos trascendido la dualidad 2, podremos vislumbrar el más profundo anhelo de todo ser viviente: alcanzar una unidad solidaria, la comunión entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Entonces, podemos imaginar una comunidad humana más amorosa, más sabia, una idea de Humanidad en la que se unan todos los hombres y mujeres del mundo que honran sus diferencias.


1 Según Jung, mediante el cual nos convertimos en personas íntegras, completas y únicas.
2 Neutralizar las diferencias, de eso se trata.

EPÍLOGO

Perdóname que cuando se detiene la tristeza a la entrada de la esperanza adolescente, no asomen todas las palomas, las más blancas, con sus voces humanas, preguntando sobre la ruta apasionada. He esperado mucho (…) La esperanza es lo cierto. Hay quien pretende haber tocado un día los límites de la tierra, esa terrible herida que lleva uno ignorada en el costado.

Vicente Aleixandre

He iniciado estas reflexiones con dos actitudes de vida que orientan el recorrido: resignaciónaceptación. No elegí por azar estas palabras.

El Trabajo Interior comienza con la aceptación de lo que es.

Con la aceptación, también elegimos ser felices, porque podemos descubrir la felicidad aún en medio de las tribulaciones.

No ha sido posible agotar las vinculaciones entre los pares de términos planteados en el presente libro. Tan solo he querido, por medio de este trabajo, compartir mi camino hacia el encuentro con el alma.

Nunca, mientras vivamos en este plano terrenal, habremos conquistado ese espacio sublime. Somos seres en construcción, por lo tanto, la humildad tendrá que acompañarnos siempre.
No importa que cometamos errores, que empleemos una palabra en lugar de otra más acertada, que hagamos un trayecto impreciso e imperfecto. Sólo importa la honestidad, que permite la autocrítica y la capacidad de corregir el rumbo. Si somos honestos podremos impregnar de buena fe tanto la autoexpresión como el diálogo con nuestros pares. Entiendo que la buena fe es creer en el hombre y en la bondad que cada ser humano guarda en su corazón 1. El Trabajo Interior hace posible que los opuestos sean trascendidos. Creer en la bondad humana nos lleva a creer también en el perdón. El perdonarse, perdonar y ser perdonados permiten que el anhelo y el propósito se abracen entre el misterio y la esperanza.

Hay felicidad cuando nada exigimos del mañana y aceptamos del hoy, con gratitud, lo que nos trae. La hora mágica llega siempre. 2


1 Dice Jesús ¿No está escrito en su Ley: Yo he dicho que son dioses?. San Juan, 10-34
2 Hermann Hesse

 

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