Capítulo 6

AISLAMIENTO – SOLEDAD

Estas dos palabras refieren a sentimientos profundos, experimentados por todos, en relación con la vivencia más nuclear de nosotros mismos.

Aunque ambas definen características de la condición humana separada de los demás, los significados son próximos o análogos, pero existen marcadas diferencias entre los conceptos a los que aluden.

Aislamiento: Acción y efecto de aislarse.

Soledad: Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.
Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo.

En nuestra evolución emocional, dependemos afectivamente de otros: en un comienzo de los padres o de quienes nos crían, sin los cuales no podríamos sobrevivir. Nuestras frustraciones infantiles hacen que esperemos de ellos la felicidad, y toda la cultura avala esa creencia. Luego aparecen los hermanos, los primos y los amigos.

Nos hemos formado con ideas aprendidas en la crianza, repetidas en frases como: ¿ Quiénes te van a querer más que tu familia? ¿Dónde te vas a sentir mejor que acá? Todo lo hacemos por tu bien. Y lo creemos.

Más tarde, nos sentimos defraudados, incomprendidos o ignorados. Entonces, ponemos todo en duda: el afecto, el cuidado, la protección. Todo.

Es el tiempo en que surgen los ídolos (profesores, cantantes, actores y actrices) que parecen llenar esos huecos no colmados por los afectos parentales.

Posteriormente, se irán sumando los novios, la pareja, los hijos, nietos… Vínculos junto a los cuales crecemos. Y seguimos creciendo.

En muchísimas ocasiones, comprendemos que el cariño recibido fue honesto y entregado con lo mejor que había, aunque no siempre fuera lo mejor para nosotros.

Todos los seres humanos, desde el comienzo de nuestra vida, experimentamos una larga serie de abandonos, producidos por la desilusión de no recibir lo que esperábamos. El sentimiento de que nos quedamos solos surge, por ejemplo, cuando mamá no estuvo para socorrernos, cuando papá ni siquiera se fijaba en nosotros, cuando felicitaban a nuestros hermanos y a nosotros no nos reconocían ningún logro. Así siguió sucediendo, con los maestros y profesores, con los amigos que buscaban a otra chica o a otro chico y nos dejaban solos. Sucedió también con el primer amor o con los siguientes…

Hasta las más insignificantes expresiones de indiferencia duelen, se suman y en cada ocasión se reviven todos los abandonos anteriores.

Cuántas veces nos preguntamos ¿por qué a mí? ¿por qué siempre me pasan estas cosas? ¿qué hice yo para merecer tanto dolor? Estos cuestionamientos corresponden al sentimiento de AUTOCOMPASIÓN, propios de una etapa primaria de nuestro crecimiento y que a veces perduran toda la vida.
En ese momento evolutivo, nos parece que no vamos a poder soportar cada separación.

Hemos acumulado muchas ausencias afectivas que dejaron cicatrices en lo más íntimo de nuestra alma, y que nos llevaron a aislarnos.

El aislamiento se produce como un movimiento reactivo de quien teme ser nuevamente lastimado. El aislamiento es reclusión, es fuga de los pares en razón del miedo a ser herido.

La opción por el distanciamiento, la protección y el encierro, es la causa de uno de los mayores sufrimientos a los que se somete la persona.

Ricardo y Mercedes se conocieron en una fiesta de egresados, cuando tenían 18 años, se pusieron de novios y proyectaron un futuro en común. Ricardo comenzó la facultad para estudiar medicina, Mercedes se dedicó a perfeccionar su habilidad artística y no quiso seguir una carrera universitaria. No obstante, se quedó muchos días y sus noches acompañando a Ricardo a estudiar. Le hacía resúmenes y lo ayudaba a repasar, mediante preguntas que terminaban informándole a ella sobre la temática de la materia. Con mucho esfuerzo, y luego de más de siete años, Ricardo se recibió de médico. Mercedes suponía que por fin iban a dedicarse a proyectar el casamiento, pero entonces su novio le informó que si bien la quería mucho, no podía continuar la relación porque estaba saliendo con una compañera de facultad, de quien estaba muy enamorado.

Mercedes, se sintió invadida por la sorpresa, el dolor que le produjo el abandono y la ira que sintió frente a la ingratitud del que era su novio. En realidad Mercedes fue una víctima inocente de la situación. Ricardo abusó de su confianza, de su cariño, de su disponibilidad y de su buena fe y aprovechó toda esa entrega en beneficio propio.

Mercedes tiene ya 25 años pero se siente aplastada por la vida, sin energía para sostenerse sobre sus pies. Siente que el amor no existe, que la confianza es ingenuidad y que el desengaño no admite una nueva esperanza. Se recluye, pasa el tiempo y Mercedes no acepta abrir su corazón herido ni siquiera con una amiga. Sus padres le proponen tratamiento psicológico y lo rechaza. Se convierte en una sombra y vive mascullando en su reclusión todo su resentimiento.

La ira le fue destruyendo la belleza y el rencor la llenó de amargura. No sabemos como continuó su vida, pero sí que durante diez años vivió envenenada por no haber podido elaborar la pérdida ni trascender el daño recibido.

La ilusión de recluirse, para protegerse, puede llevar a veces al borde de la enfermedad; y en ocasiones hasta pone en riesgo la propia vida.

El aislamiento puede ser considerado como una posibilidad de refugio, al que la persona se condena de modo cruel y despiadado. Es una forma de autocastigo que requiere ser tratada dentro de un marco terapéutico especializado.

Con los años, ante cada separación irremediable vamos dando los primeros pasos hacia el desapego. Al mismo tiempo nos damos cuenta, no sólo de que hemos sobrevivido, sino también, de que nos hemos fortalecido un poco más. A pesar de ello, seguimos arrastrando dependencias afectivas aún por mucho tiempo, por no decir siempre…

Hay otros sentimientos de abandono, por ejemplo, el que producen las pérdidas que generan los traslados y las migraciones, también tremendamente dolorosos.

Nos vamos constituyendo personas en contacto con los seres queridos, y sentimos que somos valiosos porque nos quieren y nos valoran. Por eso parece que se abre un vacío bajo nuestros pies cuando estas personas se van de nuestras vidas. Como si al alejarse se llevaran una parte de nosotros.

Con frecuencia, cuando se produce tal alejamiento, nos recluimos y sufrimos enormemente. Nuestros sentimientos -la carga de energía emocional-, tienden a continuar adheridos a la persona amada. Atraer esos sentimientos hacia nosotros, -volver a contar con la energía necesaria para continuar con nuevos proyectos-, sólo se logra a través de un proceso largo y doloroso. Nos referimos a la elaboración del duelo, mencionada en el capítulo anterior.

El silencio del duelo y su profundidad nos hacen posible un grado de comprensión que no poseíamos.

Pasamos más tiempo reflexionando, aprendemos a convivir con nosotros mismos.

Observamos que no nos morimos en este proceso, y que las fuerzas que nos sostienen están en nuestro interior.

Podemos resignificar el valor de nuestra vida cuando logramos desapegarnos de los referentes externos; entonces nos podemos ver como somos realmente.

Encontraremos nuestros aspectos luminosos y aspectos oscuros. Nos daremos cuenta de que sobreestimamos algunas características y ocultamos otras.

Así es como iniciamos la huella hacia el auto-conocimiento. Poco a poco, integramos nuestros aspectos más recónditos, que se le escurren a la conciencia. De este modo, nos vamos constituyendo de forma más genuina, en nosotros mismos. Nos integramos.

Este es uno de los más preciados frutos que nos deja el encuentro con nosotros mismos. Hemos atravesado el duelo y aceptamos sus consecuencias.

También conocemos otros momentos, en los que la soledad es un regalo, paz para el alma y disfrute del silencio. A medida que dependemos menos de los demás, esos momentos de disfrute de la soledad aumentan y llegan, en muchos casos, a convertirse en espacios de gran CRECIMIENTO INTERIOR.

Roque enviudó a los 57 años, sus dos hijos de 20 y 23 decidieron independizarse y se fueron a vivir solos. Inesperadamente se encontró con su soledad. Sintió que iba a ser muy difícil sobrellevar la pérdida de su compañera de toda la vida y los primeros tiempos lloró desconsoladamente amparado por las paredes de su casa y los recuerdos de todo lo vivido. En un principio no tenía ganas de hablar de su dolor con nadie, pero pasado el tiempo, se preguntó a sí mismo si podría encontrar algún alivio al pedir ayuda terapéutica. Comprendió que al compartir sus sentimientos y sus fantasías con alguien que no lo juzgara, comenzaba a aceptar su realidad y a convivir armoniosamente consigo mismo y sus recuerdos. También se dio cuenta de que se le facilitaba el diálogo con sus hijos, los que se fueron acercando poco a poco.

Roque vivió una soledad creativa en la que el silencio le permitía crecer en su interioridad -meditación, oración, lecturas y música clásica—. Pudo descubrir además, que compartir con sus hijos, familiares y amigos, era un regalo que le hacía la vida.

Cuando dejamos de ser dependientes de las demás personas, encontramos en nosotros al verdadero Niño Interior, pura alegría de vivir y de crear. Esta experiencia de soledad puede integrar la tristeza y la nostalgia con el gozo profundo que surge al ser uno mismo y encontrar el verdadero sentido de la vida.

Ciertamente, no es por casualidad que nos quedamos solos. La soledad se nos presenta como una circunstancia predisponente para realizar o experimentar aquello que no hubiéramos podido hacer acompañados.
Éste podría ser el segundo nacimiento, del que se habla en el Evangelio, donde se renace hijo de Dios y no huérfano expulsado del Paraíso como nos sentíamos anteriormente.
Sólo después de haber hecho las paces con nosotros mismos, después de habernos aceptado como somos, de haber aprendido a acompañarnos con todos nuestros defectos: haber soportado ser aburridos, insulsos, nerviosos, iracundos o pasivos, recién entonces estamos listos para relacionarnos armoniosamente con las otras personas, sabiendo que todos nos parecemos mucho:

Nadie me va a traer la felicidad que yo

no sea capaz de procurarme

Ingresamos entonces en la MADUREZ, un largo y costoso camino de realización.

Estamos por fin, en condiciones de comprender la riqueza e importancia de la soledad.

¿Cómo podríamos…

…ahondar en las profundidades de nuestro Ser en medio de los reclamos afectivos?

…escuchar la voz interior, que es silenciosa, en medio del ruido y de las conversaciones mundanas?

…prestarle atención a la inspiración artística bajo la exigencia de demandas externas?

…descubrir la belleza de un atardecer?

…recordar momentos plenos de significado para nuestra vida, aquellos que hicieron posible este presente?

En efecto, sin soledad no hay reflexión ni capacidad de asombro, ni espacio para la creatividad, ni apertura a la Trascendencia.

Esta forma de vivir la soledad nos permite conocer la EDAD DEL SOL, haciendo un juego de palabras, ya que el sol es un símbolo de la identidad, de la consciencia despierta, de la plenitud del Ser Esencial que todos somos. Llegamos a descubrirlo después de esas múltiples vivencias de abandono que constituyeron los momentos dolorosos previos al renacer a una nueva calidad de vida.

Como hemos mencionado anteriormente, nos permitimos este segundo nacimiento, que en el Evangelio se dice que es del agua y del espíritu (Juan 3,3). El agua simboliza el alma y el Espíritu es el fuego interior. Quien RENACE de esta forma vive ligero de equipaje y se entrega a las señales que recibe día a día, se deja guiar por su Yo Superior, acepta los problemas como medios para aprender algo nuevo, confía y se entrega.

En esta instancia se sufre menos. Pero a esto se llega mediante el esfuerzo personal, la búsqueda profunda y la CERTEZA de que la Vida tiene que ser algo más que lo que aparece en los diarios y en los noticieros. Así lo dejan dicho los grandes hombres y mujeres de la Historia:

Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá. David sal. 27:10

La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar. Friedrich Nietsche

Nadie aprende, nadie aspira, nadie enseña a soportar la soledad. Friedrich Nietsche

No se sabe lo que es el consuelo del corazón sino cuando nos quedamos solos. Edgar Allan Poe

Si no aceptamos la soledad no aprendemos a convivir con nosotros mismos, ni con los demás.

Existen otros planos del sentimiento de abandono, que nada tienen que ver con sentirse abandonado. Surgen en la elevación espiritual. De ese estado nos dan referencia:

El único camino que conduce a esa hoguera divina (el amor) es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre. Santa Teresa de Lisieux

Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud. Santa Teresa de Lisieux

En el momento de la muerte no hay más que hacer que arrojarse confiadamente en la misericordia. Si es el único acto que debiéramos realizar en el momento de la muerte, es el único que se nos pide para toda la vida. M. D. Molinié

De todos modos, la soledad se vivencia dentro de ciertos límites: no es posible ni saludable vivir aislado. Tampoco es aconsejable vivir constantemente rodeado de gente, nos impediría saber quiénes somos y viviríamos alienados.

Anselm Grün se refiere a la armonía necesaria para una buena relación humana: el equilibrio entre proximidad y distancia. Quien quiera responder siempre a todas las expectativas, pronto notará con dolor sus límites. El que no pueda decir no, enfermará. Sólo quien está en su centro podrá crecer más allá de sus propios límites.

La sabia interacción entre soledad y compañía fortalece nuestro espíritu y nos convierte en seres humanos aptos para ejercer, con gozo, el servicio a los demás.

Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego. Pero creo que mi soledad debería tener alas. Alejandra Pizarnik

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