Capítulo 18

MEZQUINDAD – MESURA

Reflexionar sobre estos términos, de tanta significación en la calidad de nuestros actos, nos dispone a observarnos de un modo más profundo. Todas nuestras decisiones, en alguna medida, están signadas por una u otra tendencia. Vemos que ambos significados poseen una connotación en común: su relación con la medida, con la cantidad, con el límite y hasta podemos vincularlos con el criterio y con la justicia.

Mezquindad: 1.- Que escatima excesivamente en el gasto. 2.- Pobreza, necesidad, falta de dignidad.

Mesura: 1.- Moderación, sobriedad, templanza. 2.- Discreción, corrección.

A simple vista, estos términos remiten a diferentes significados. En el plano de la realidad cotidiana, no obstante, su aplicación no es tan clara. A lo largo de nuestra vida, en ocasiones hemos sido tratados con mezquindad en nombre de la moderación y la mesura. Y tal vez nosotros hayamos tenido el mismo comportamiento hacia los demás. Esas son las trampas emocionales que justifican para nuestra conveniencia actos incorrectos detrás de apariencias moralistas. Estas trampas se alimentan de especulaciones basadas en la amenaza y el miedo.

La reflexión sobre nuestros dichos y actitudes sólo es legítima cuando nuestro propósito apunta al propio crecimiento interior. Cuando utilizamos este discernimiento para juzgar y condenar a otros, tales reflexiones y las conductas que se derivan de ellas, pierden toda validez y sentido.

Mientras no nos hagamos preguntas sobre quiénes somos y cuál es nuestra responsabilidad esencial como integrantes de la raza humana, vemos y juzgamos en los demás lo que no nos gusta. Nuestra actitud cambia fundamentalmente a medida que profundizamos en la introspección. Entonces, nos damos cuenta de que tan sólo somos responsables de nuestra propia vida. Este es nuestro campo de trabajo.

La mezquindad no sólo se expresa en el manejo del dinero, al igual que la tacañería, sino que puede manifestarse en los afectos y en la disponibilidad, en tiempo y dedicación, que tenemos hacia nuestros seres queridos.
Observemos que mezquindad y mesura son dos actitudes que dan cuenta del momento evolutivo que atravesamos. Ya hemos visto, muchas veces, en el desarrollo del libro, qué perspectivas tan diferentes tienen el ego y el Yo Superior.

El ego, nuestra personalidad, se mueve en un mundo competitivo, por tanto necesita apropiarse de todo lo que considera bueno que encuentra a su alrededor.
En su Manual, Epícteto nos propone:

Acércate a la vida como si fuese un banquete. Pensemos en nuestra vida como si fuese un banquete en el que nos comportaríamos con elegancia. Cuando se nos ofrezca un plato, extendamos la mano y sirvámonos una porción moderada. Si una bandeja pasa de largo por nuestro lado, disfrutemos de lo que ya tenemos en nuestro plato. Y si aún no se nos ha ofrecido nada, aguardemos con paciencia nuestro turno. Extendamos esta actitud de cortés compostura y gratitud a nuestros hijos, esposos, carrera y finanzas.
No es necesario anhelar, envidiar y arrebatar; recibiremos nuestra justa porción cuando sea el momento. Diógenes y Heráclito fueron impecables modelos de vida según estos principios y no según sus impulsos instintivos. Debemos proponernos imitar su valioso ejemplo.

El pensamiento de Epícteto nos propone controlar la voracidad, el exceso de nuestros deseos y apetitos. Aquel que alcanza tan difícil propósito disfrutará de la libertad interior.
El Yo Superior, ese aspecto interno más hondo -nuestro Sí Mismo esencial-, que va apareciendo de a poco con el crecimiento espiritual, está listo para dar, para donarse a todos aquellos que puedan beneficiarse con su entrega. Gracias a la generosidad se puede reencontrar la grandeza del alma: ser generoso es ser libre y ésta es la única grandeza genuina.

Sólo es verdaderamente generosa la persona que sabe que no posee naday excepto la libertad de donarse a sí misma.

Sabemos que la mesura es una de las metas del desarrollo espiritual y ponemos atención en lograrla. La mesura está imbuida de la prudencia, que es una virtud relacionada con la sabiduría práctica, o inteligencia del hacer. Es la disposición que permite discernir lo que es beneficioso de lo perjudicial para el hombre. Entre los estoicos se la consideraba como la ciencia de las cosas que hacer y que no hacer. La mesura también es temperancia (templanza). Nos mantiene en el camino del medio, en un equilibrio armonioso entre los extremos. La mesura en última instancia deviene en belleza.
Dice André Comte-Sponville:

La temperancia es esa moderación que nos torna dueños de nuestros placeres en lugar de sus esclavos. Es deleite libre (…) goce de la propia libertad (…) Placeres más puros porque (son) más libres. Más jubilosos porque (son) más dominados. Más serenos pues (son) menos dependientes. (…) y en ello consiste la virtud (…) es esa línea tenue entre los dos abismos opuestos. (…) La temperancia es un trabajo del deseo sobre sí mismo.

La mesura es una conquista de la evolución consciente. El ser humano en la primera mitad de la vida se dedica a acopiar conocimientos y bienes, de ese modo se va forjando la experiencia vital.

En la edad madura estamos en condiciones de entregar lo recibido, de donarnos en beneficio de otros, de compartir la experiencia acumulada. Si esta capacidad es ofrecida desde la libre voluntad, se convierte en un deleite para el alma.

Esta cualidad vivencial distingue a un viejo de un anciano sabio.

Ser mesurado solamente no indica evolución espiritual, pero aquellos que evolucionaron poseen mesura.

Joseph Pieper afirma:

La prudencia deja sentir su efecto en toda virtud.

Y no hay virtud que no participe de la prudencia.

La mesura es la medida prudente de todas las cosas.

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