Capítulo 13

AUTORITARISMO – AUTORIDAD

Si creemos saber lo que es bueno y lo que es malo,

tomamos el poder, y podemos instaurar la tiranía más
insoportable: la de los justos.
Octavio Paz

La característica de este par de palabras es que ambas poseen la misma etimología: auctor, persona que es causa de alguna cosa. El autoritarismo es un derivado de autoridad y hace referencia a una tendencia política y a una actitud de pretendidos dominio y superioridad.

Según el diccionario:

Autoridad

1. f. Poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho.
2. f. Potestad, facultad, legitimidad.
3. f. Prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia.

Autoritarismo

1. El término autoritarismo se utiliza para describir a organizaciones o estados que pretenden conservar y gestionar el poder político mediante medidas opresivas, normalmente sin intentar ganar para sí el apoyo de los demás.
2. Principio de obediencia ciega a la autoridad como opuesto a la libertad individual de pensamientos y acción. En el gobierno es un sistema político que concentra el poder en manos de un líder o de una pequeña elite no constitucionalmente responsable ante la ciudadanía, por lo tanto opuesto a la democracia.

Como surge de las definiciones, el término autoritarismo no sólo es una derivación del concepto de autoridad, sino también una desviación de su contenido.

El autoritarismo es un sistema que somete, que imprime sello de mando y de consiguiente sumisión.
Escuchamos con frecuencia que una persona tiene mucha autoridad, cuando en verdad, lo que se hace visible, es un marcado autoritarismo. El hecho de levantar la voz, tener el gesto adusto y además ser un déspota, no significa tener autoridad, sólo sirve para imponerse ante un grupo que está bajo su mando.

El registro de la historia de la humanidad se despliega, en gran medida, en torno de actos de preponderancia, de invasión y de dominio. La conquista de un territorio, la expansión de un reino, la posesión de una comarca, la imposición de la fe, se vivían a través de guerras sangrientas. Desde siempre la amplia brecha, entre las grandes potencias y los pueblos pobres, facilitó la superioridad de los poderosos.

Lamentablemente, este es el modelo que aún domina en nuestros días. La diferencia, con relación al pasado, parece ser simplemente una cuestión de estilo y de matices. Aunque hoy se está en posesión de armamento sofisticado y de alta tecnología bélica, el fundamento que impulsa el dominio sigue siendo el abuso del hombre por el hombre. Expresión colosal del egoísmo humano.

La violencia y la deshumanización, el mal uso y el abuso del poder, son los móviles que alimentan el sistema vigente.

La impronta masculina del uso de la fuerza, ejercida por varones y mujeres, está presente en toda la sociedad. El patriarcado impone diferencias entre ciudadanos de primera y de segunda para dominar y someter. Divide y reinarás es una premisa para seguir controlando a individuos y pueblos. El maltrato, el abuso, la amenaza y la violación, la xenofobia y la discriminación, son los flagelos que golpean en todos los rincones de la Tierra.

El sistema democrático, sin embargo, debe ser respetuoso de las leyes, de las instituciones y de los estatutos aceptados, así como de las personas elegidas para ejercerlo. Ignorar y desoir tales figuras de autoridad deviene irremediablemente en anomia y caos.

La falta de un lenguaje apropiado para expresar las emociones (alexitimia) y necesidades más genuinas, la ausencia de respeto hacia nosotros mismos y por consiguiente hacia los demás, los hábitos instalados por generaciones, legitiman prolongados silencios y sometimientos o manifestaciones explosivas. Todos estos comportamientos sustentados en el abuso, plantan bandera de guerra.

El doloroso espectáculo de odios y prepotencia entre los diferentes países del planeta reside en germen, en el corazón mismo de cada ser humano. Como es afuera así es adentro. La envidia, los celos, la ambición y el egoísmo, declaran la guerra entre hermanos, padres e hijos, familiares y vecinos.

Cada uno de nosotros es un foco bélico que se disfraza de buenos modales y transita lo cotidiano en riesgo y amenaza constantes.

El autoritarismo es la coraza de los débiles, de los pusilánimes, de los cobardes, que aporrean a una mujer o a un chico, o maltratan a un subordinado porque llevan las de ganar, pero no se enfrentarían a un adulto fuerte, pues no tienen agallas.

Un ejemplo de lo dicho anteriormente es la conducta de un violador, que se ensaña con su víctima porque se identifica con ella. Por lo general el violador ha sido violado y recrea el hecho traumático poniendo a otro en el lugar pasivo. Quien lastima a otro ha sido previamente lastimado física, psíquica o espiritualmente. ¿Por qué? Si se sufre un daño pasivamente se transfiere activamente.

Son autoritarios los padres que tienen dificultades para triunfar en la vida y no quieren o no pueden pedir ayuda. Entonces, se llenan de resentimiento, de odios y vergüenzas ocultas y se vengan en sus familiares más indefensos, de la propia impotencia no reconocida.
Todos podemos sentir impotencia en muchos momentos de nuestro desarrollo. Es lógico, no nacimos sabiendo, sin embargo, no todos son capaces de expresar sus dificultades y tratar de solucionarlas o pedir ayuda. El que puede hacerlo es un valiente. Cuando se ocultan los temores o los sentimientos de incapacidad, la máscara, el disfraz que se necesita para disimularlos es tan grotesco que, cuanto más cree que esconde, más delata.

Nos habita una dualidad de la que tenemos que hacernos cargo. Aprendimos a poner en los demás lo que no nos gusta y a identificarnos con aquello que nos agrada. Sin embargo, no se puede conocer la verdad del alma si no nos damos un tiempo para la introspección, para vernos tal como somos, sin disfraces.

La Humanidad se desgarra en violentos espasmos por el dolor de no sentirse amada. Aunque se expresa a través de más violencia. Exige pero no sabe pedir. He aquí la gran paradoja.

En la medida en que asumimos nuestra dualidad, podemos humildemente iniciar el Trabajo Interior.

El único cambio posible sucederá en nosotros mismos. De lo contrario, sumaremos violencia a la violencia y seguiremos alimentando el fuego de la guerra.

Todos somos responsables, en alguna medida, sin por ello atenuar la suma de la responsabilidad de los actores directos.

Mientras continúe vigente este modelo que reconoce la legitimidad de la guerra, no podremos trascender la violencia. Aún está pendiente nuestro trabajo evolutivo hacia estadios de verdadera humanización. El proyecto humano es en devenir, no está acabado. La humanidad está llamada a realizarlo.

No podemos ignorar que hubo hombres y mujeres, en todos los tiempos, que encararon su evolución de manera individual. Realizaron en sí mismos este anhelo de trascendencia, la verdadera vocación humana.

La importancia de deslindar las diferencias entre autoritarismo y autoridad nos habla de dos enfoques de la ley con objetivos contrapuestos:

1.- el viejo paradigma se impone por la fuerza y logra someter a los individuos,

2.- el nuevo paradigma se propone el encuentro con la comunidad toda y el crecimiento del grupo y de cada una de las personas.

Nos ocuparemos ahora de la autoridad. La autoridad es poder, investidura natural de mando, recibida, heredada o gestada en la esencia de la persona. Quien posee autoridad ofrece guía, orden, organización tanto para otros como para sí mismo.

La autoridad posee un rango de liderazgo natural y ejemplaridad que se expresa en la coherencia de vida.

La legítima autoridad es la que ejerce una persona que es autor de aquello que transmite desde la convicción y la capacidad de convocatoria. Ha dado los pasos necesarios para llegar al lugar en el que está, habiéndose ganado el respeto y la admiración de quienes fueron testigos de su desarrollo.

La autoridad emana de quien ha recorrido palmo a palmo el camino de su vida. Aprendió de cada tropiezo, tanto como de cada acierto. La persona con autoridad es suave y reposada porque se sabe fuerte, es alegre y tiene sentido del humor. Es fundamentalmente respetuosa del esfuerzo de cualquier otro ser humano. Se ha esforzado para aprender de todo aquello que tuvo que afrontar. Su humilde actitud la condujo a este lugar de reconocimiento.

Cuando tenemos la suerte de tener a un profesor, un maestro o un guía con autoridad, el proceso de aprendizaje está impregnado de entusiasmo, deseamos que se haga la hora del encuentro con él o ella, y crecer es un viaje gozoso a su lado.

Esto también pasa con una abuela o un abuelo muy querido, que nos enseña y se detiene en los detalles para que podamos incorporar cada palabra, en la transmisión de un consejo, una receta, una historia sea una excusa sagrada para compartir sabiduría.

Una persona con autoridad es quien ha alcanzado el respeto de sus pares en su trayectoria profesional. Que convocó el agradecimiento de todo su entorno con sus delicias creativas en cualquiera de las ramas del arte. O de aquel anciano, que se ha formado al margen de la cultura académica y que con su presencia dice que la vida merece ser vivida.

Cuando evocamos recuerdos relacionados con semejantes experiencias de encuentro, sentimos un gozo que nos invita a seguir su ejemplo.

La autoridad se disfruta. Es un servicio. Estar en presencia de alguien que ha conquistado la autoridad a través de su evolución, es como nutrirse del cuerno de la abundancia o como calmar la sed en un manantial. La frescura y serenidad rodean a ese ser. Su compañía es apreciada por los niños, los jóvenes y los viejos.
Transmiten calidad y calidez y nadie se siente perseguido en su presencia. Se respetan a sí mismos y enseñan a los demás a respetarse por igual.

Quien vive su autoridad plenamente contribuye al beneficio comunitario. Ofrece su caudal para engrandecer a los demás. Cada uno de nosotros, por pequeño que crea ser, por poco que sepa, puede ejercer su autoridad y alegrarse con otros al compartir lo que posee, lo aprendido. La autoridad es su tesoro y su legado.

-¿Tienes algún consejo que darme para el ejercicio de mi cargo?-,
preguntó el Gobernador.
-Sí-, respondió el Maestro: -Aprende a dar órdenes.
-¿Y cómo debo darlas?
-De forma que los demás puedan recibirlas sin sentirse inferiores.1


1. Anthony de Mello Un minuto para el absurdo

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