EL TRABAJO INTERIOR

Hemos visto que el lenguaje es un pasaporte que habilita el acceso a la Naturaleza, a la Vida, al Arte, a los otros, a Dios.

En este azaroso trayecto evolutivo, al refinar el uso de nuestro discurso, nos acercamos a planos más sutiles de percepción, que nos hacen comprender de un nuevo modo la vida y sus cambios.

El Trabajo del Alma también cobra forma a través del lenguaje. En las alternativas del crecimiento interior, hay momentos sublimes que surgen: al escuchar a un maestro, en un diálogo profundo, ante una lectura que nos conmueve, al ser nombrados con dulzura por el amado, en los que el Alma hace contacto con lo divino. Estos momentos sagrados suceden en lo íntimo de cada ser.

Muchas son las personas que han tenido atisbos de lo trascendente, mas no han sabido de qué modo responder, por desconocimiento; y hasta se han sentido atemorizadas o desconfiadas de sí mismas. No tenemos cultura espiritual que explique tales experiencias. Inicialmente somos solitarios peregrinos en el Camino hacia la Trascendencia.

Las experiencias a las que me refiero pueden ocurrir en medio de lo cotidiano, y por lo tanto sorprendernos. Se trata de experiencias, en su mayoría, intransferibles que requieren de un tiempo interno para ser comprendidas e integradas a la totalidad del Ser.

Poco conocemos acerca de estas posibles experiencias. Sabemos que la oración y la meditación preparan el espacio interior. Asimismo, la vida sencilla y en contacto con la Naturaleza puede estar más dispuesta a la comunicación con el cosmos. Las situaciones límite a su vez, suelen preparar el despertar espiritual. La inspiración artística es también facilitadora de estos contactos.

Si nos animamos a respetar las señales interiores, descubrimos en nosotros una nueva posibilidad: un camino escarpado -doloroso a veces-, angustioso hasta la desesperación por momentos, y sublime, lleno de paz en otros… Todas son expresiones del azaroso viaje del alma.

Arribé a estas reflexiones a partir de mi propia historia. Con sorpresa experimenté estados de conciencia desconocidos y pude comprender la importancia de confiar en mí misma. En lo íntimo de cada ser es donde se manifiesta lo sagrado.

Nos esperan grandes desafíos. Si así lo entendemos, podemos aceptarlos desde la libertad… La vida de cada persona es única. Somos invitados a dar testimonio de nuestra experiencia vivencial.

Todo se estremece a un tiempo
Rompiente de olas y cauce de ríos
Aparecen señales en todas partes
Brazos extendidos hacia ningún lugar
Aquí y allá zozobran las naves
Juego de niños es la historia del hombre
Ocaso de la forma y la materia

Intento atravesar el espanto
No advierto que el espanto está en mí
Tu presencia y tu abrazo
Esperan mi abandono
Recoges mi ser entre cenizas
Infundes el soplo de lo eterno
Oigo tu voz de Padre
Regreso y renazco en Ti 1

El yo mundano y el Ser Esencial

Toda nuestra comprensión está determinada por el momento evolutivo que transitamos. La perspectiva que cada uno ha desplegado en su devenir, condiciona la interpretación de lo vivido en los diferentes planos.

Es necesario aclarar que la personalidad ya está formada alrededor de los siete años y expresa el núcleo básico del yo, al que inicialmente llamamos ego y luego yo mundano.

Por medio del ego, nos diferenciamos de los demás y queremos conseguir todo lo deseado, lo que nos falta. Si la persona se debate en la conflictiva del ego -que responde al miedo y al deseo-, sus objetivos están centrados en el poder, el sexo y el éxito. Podemos apreciar sin dificultad que sus aspiraciones tarde o temprano la llevarán a la frustración, pues son objetivos de tiempo limitado. Los logros que se obtienen en el mundo, y los aplausos correspondientes, tienen corta vida.

El ego analiza los hechos desde una dimensión puramente temporal: se asienta en el pasado y se proyecta hacia el futuro. Desestima el momento presente. Si bien todos vivimos en el presente, no es allí donde estamos. Nuestros pensamientos se mueven entre recuerdos y proyectos.

Rara vez nos ubicamos por completo en el momento actual.

El ego tiene una visión lineal y horizontal que corresponde al tiempo cronológico, es racional. Su percepción, considera real sólo aquello que capta a través de los cinco sentidos. Dicha percepción es la que establece el juicio de realidad. De este modo queda reducida a lo tangible y verificable. Si acotamos la realidad, dentro de tales parámetros, corremos el riesgo de juzgar como verdadero lo aparente.

Qué decimos cuando hablamos

En relación con lo expresado, afirma Albert Einstein:

La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un sirviente fiel. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y ha olvidado el regalo.

Los cinco sentidos nos hacen creer que sólo lo que percibimos es verdadero. En realidad nuestra captación sensorial de lo que es, es ilusoria. Por ejemplo: cuando miramos una carretera, nos parece que en cuanto se aleja se afina, hasta convertirse en una línea en la distancia. Sin embargo, la experiencia nos dice que el ancho de la carretera se mantiene igual en todos los puntos de su recorrido.

Desde el ego, esta distorsión es aplicada a la comprensión de todo lo que nos ocurre. Nos disponemos a alcanzar aquello que creemos merecer; si no lo logramos, nos sentimos fracasados. Cualquier situación compleja que altere la soñada felicidad, será vivida como una desgracia, algo absurdo o injusto. El sujeto, dentro de esta percepción, se colocará en el lugar de la víctima y culpará a los demás o a la fatalidad por su infortunio.

Para la persona que sólo percibe la realidad de este modo, el mundo es hostil: piensa que hay algunos que tienen suerte y que otros nacieron para sufrir. Su comprensión se mantiene en el plano de la dualidad (bueno – malo), y se encuentra condicionado por la culpa y, el premio o el castigo.

Lo formulado anteriormente se sustenta dentro de la cultura occidental, en la creencia de que existe un dios implacable, distante y justiciero. Cuántas veces escuchamos o decimos: Dios te va a castigar. Por este error merezco que Dios me castigue. Dios lo castigó y perdió todo…

Aún cuando reconocen la misericordia y la paternidad divinas, muchas personas se sienten indignas de relacionarse con Dios, como consecuencia de una mirada puramente terrenal, y no se sienten con derecho a lo sagrado.

Otro modo defectuoso de establecer contacto con la divinidad es ubicarnos en el lugar del desvalido, aquel que todo lo espera. Además de contar con Su Misericordia, es necesario hacer fructificar la semilla 2 que nuestro Padre Celestial puso en nosotros.

Encerrada en los límites del ego nuestra relación con lo Trascendente es nula, débil o infantil.
El ser humano se debate de una angustia en otra y consume sus energías en una lucha estéril. Ésta es la dinámica mundana, el discurso instalado: una tensión constante entre la queja del pasado y la ilusión de un futuro mejor.

No olvidemos que estamos analizando las distintas etapas evolutivas. Cada hombre y cada mujer ha pasado en algún momento por ellas.

Observamos que la persona, en el nivel del ego, está condicionada por su comprensión, que afecta toda su realidad: familia, trabajo, amigos, religión.

A través de los desafíos vitales, la persona se va fortaleciendo y se ajusta a una moral social basada en la tradición. Su forma de funcionar es competitiva, en constante comparación con los demás. El ego cae en su propia trampa: en esta dualidad, la búsqueda del placer empuja inexorablemente al encuentro con el dolor.

Es comprensible que el stress, la ansiedad y la angustia sean las consecuencias de las elecciones antes mencionadas.

Conviene aclarar que el ego no es una mala palabra, es el nivel más arcaico del yo, como dijéramos anteriormente. Todos lo tenemos y es por su intermedio como nos constituimos en personas. A través de él establecemos contacto con el mundo. Se dice que un ego bien desarrollado, que se ha esforzado por competir y superarse en la lucha de la vida, se está preparando, aún sin saberlo, para continuar su evolución hasta conquistar los niveles más elevados.

Dentro de mi perspectiva de análisis, considero que cuando aparecen intereses que expanden nuestra acción en beneficio de los demás, y nos abrimos al servicio solidario, desarrollamos una nueva dimensión de nuestro ser, que también se expresa desde el ego, donde incluimos a la humanidad en el individuo. Comenzamos, de manera incipiente a resonar con el Todo y poco a poco, a convertirnos en una Personalidad Integrada.

Si bien se evidencia un crecimiento, la persona continúa aún en la lógica de la dualidad. El pasado y el futuro, lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro, todavía afectan su proyecto vital.

Por debajo, y silenciosamente, se está gestando el gran salto evolutivo.

En forma paralela, se inicia la crisis de la mitad de la vida.

Los logros personales y sociales, indicarían, supuestamente, por fin el momento del bienestar. Sin embargo, en lugar de instalarse en la satisfacción y en la comodidad, la persona puede sentir un raro desasosiego, que no responde a una situaci6n externa objetiva. Es frecuente ignorar dicho desasosiego, porque nos toma desprevenidos. Su intensidad asusta, por tanto es h abitual ocultarlo con nuevos proyectos materiales.

Quienes le prestan atención a este desorden interior, van descubriendo que se trata de una vivencia nueva, algo muy distinto de todo lo experimentado. No es una simple crisis. Se plantean entonces preguntas que inevitablemente producen angustia: -¿Tanto esfuerzo para esto? La tranquilidad que suponía iba a alcanzar con dinero y confort ¿dónde está? Y muchas más… Preguntas que a su vez generan otras, formuladas desde el entorno: —¿Qué te pasa? Si no te falta nada. Tenés trabajo, familia, amigos… —¿De qué te quejás? Difícil responder…

El alma se vale de este malestar para invitarnos a mirar hacia adentro. Es una llamada interior, a fin de trascender lo conocido. Crisis que precede a un nuevo nacimiento. Es el momento del DESPERTAR.

¿Qué es el Alma?

Con este término se designa al Sujeto de Conciencia en cualquier nivel de la vida. Es el aspecto sensible y subconsciente. Reservorio de toda nuestra memoria.

¿Qué es DESPERTAR?

Una ampliación de nuestro campo de conciencia.
Tenemos derecho a vivir este proceso.

Cuántas veces los momentos más difíciles de la vida hacen posible un alumbramiento, un salto a la sabiduría, una conexión con lo sagrado. El proceso espiritual, sin embargo en la mayoría de los casos, nos va abriendo el corazón y la mente de manera constante y progresiva. Sólo es necesario estar atentos y respetar nuestros tiempos internos.

Nadie es mejor que otro. Ningún proceso es comparable. Cada Ser tiene su propio camino espiritual, su ritmo, su tiempo, su singularidad.

Aquí comienza a manifestarse el Yo Superior.

¿Qué es el Yo Superior o Ser Esencial?

Es conocido también como Self Transpersonal. Jung lo llama el Sí Mismo o el Cristo Interior. Karl G. Dürkheim, el Ser Esencial. Es el aspecto más puro y más genuino que nos habita, la semilla fructificada. Es el Testigo, el Observador interno.

Alcanzado este lugar, miramos desde más arriba o desde más adentro, y comprendemos que

Todos los acontecimientos vienen a nuestra vida por y para algo.

El discernimiento se amplía. Se abre la dimensión del Aquí y Ahora, un plano vertical y atemporal del Ser. La visión es siempre ascendente, en espiral; y su regreso al punto anterior muestra una perspectiva más amplia de los hechos.

En el presente no hay tiempo, el presente es eterno.

La personalidad, entonces, integra este nuevo potencial y deja de identificarse con el ego que la mantenía separada, para atender al Yo Superior. De este modo se vivencia la unidad con todos los seres vivientes y en un contexto más amplio, con el Todo, con Dios, con la Consciencia Cósmica, según la comprensión de cada uno.

Cada dificultad representa un peldaño en el crecimiento.

Si nos animamos a atravesarla, nuestra realidad se va haciendo más clara y más armoniosa; vivimos con mayor serenidad, aún ante las grandes pruebas. Arribamos a la certeza de que todo tiene un sentido trascendente:

Qué decimos cuando hablamos

y aunque nos parezca que estamos en medio del caos, la dirección del proceso siempre apunta hacia algo más rico, más sabio.

Conservamos, a esta altura del recorrido, todo el valor perceptual de los cinco sentidos. Hemos aprendido, además, a leer las señales a través de la intuición. Señales que nos permiten vislumbrar la Verdadera Realidad, la cual incluye también todo lo que se le escapa a la captación sensorial.

Entonces, hacia la Trascendencia nos guía el Sí Mismo, que restaura, en el gozo de la unidad del Espíritu, la visión fragmentada y dolorosa del mundo, que tenía el ego.

Desde nuestros orígenes, nos sentimos separados de Dios, y esperamos su juicio condenatorio. Esta vivencia de separación es, según creo, el verdadero pecado original, el error básico con que nacemos y crecemos, que nos hace vivir alejados de la Fuente. Todo crecimiento espiritual acorta las distancias, hasta conducirnos al encuentro en la UNIDAD. Allí alcanzamos la auténtica filiación divina: nos reconocemos hijos de Dios. Dios está en nosotros y nosotros en El, sin que por ello seamos lo mismo.

Es importante considerar las variables que rigen nuestra vida terrenal y tener el registro de lo perecedero. No trascendimos la condición material. La dualidad aún nos constituye. Es necesario estar atentos y trabajar en la humildad.

El estado unitivo ideal es esquivo. Nos acercamos en ocasiones y luego se nos escurre otra vez. Se trata de estados luminosos del alma: momentos de Gracia que nos plenifican, aunque sean fugaces. La experiencia queda vivida en nosotros. Es un regalo que obra como estímulo constante para continuar el Trabajo Interior y dar testimonio.

En el proceso de autoconocimiento, que supone un esfuerzo permanente hacia la armonía, la transparencia y la integridad, muchas veces nos sorprendemos en actitudes erróneas elementales. Parece que no hubiéramos comprendido nada. Aunque mantenemos el propósito de madurar espiritualmente, nos resulta muy difícil integrar nuestros opuestos.

Nunca olvidemos ser humildes y respetuosos de nuestras posibilidades. Muchas, pero muchísimas veces nos seguiremos equivocando, cometiendo los mismos errores, tropezando con la misma piedra… Llevamos impresa la programación cultural que hemos heredado y compartido. Nuestra vulnerabilidad y la tendencia a caer en el error tal vez nos acompañen hasta el último aliento de vida. El ego sigue pulsando en nuestro psiquismo.

Resulta penoso cambiar los modelos, aunque es posible. Conocer esta dificultad es absolutamente importante para evitar sentirnos frustrados -abandonar el proyecto o por el contrario, enorgullecemos de los logros-.

Tenemos que sostenernos con la conciencia de nuestra pequeñez, con humildad, paciencia y entusiasmo. Sólo así se renueva la energía para poder continuar.

Como hemos visto, el indagar sobre los significados no se restringe a una dimensión lingüística, puramente racional. El lenguaje es también un puente hacia la espiritualidad cuando las palabras resuenan en el corazón y nos disponen a lo sagrado.


1 Ana María Pérez Arce
2 Parábola del Sembrador

Etiquetas de capítulos: Inés Oliveros, Que decimos cuando hablamos, Signo vital ediciones
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